HAY DIMENSIONES DE LA CONDUCTA HUMANA QUE DESCONOCEMOS TOTALMENTE
Las emociones son material simbólico fundamental para entender cómo se sostiene el orden social desde lo afectivo, no solo desde lo económico o institucional.
A continuación te comparto ejemplos que los he vivido:
El orgullo que sentimos cuando nos va bien.
Nos invitan a cenar. La mesa está servida, comemos abundante, disfrutamos. Luego el comentario que sigue es generalmente; “qué suerte tenemos en Paraguay que todavía podemos disfrutar así. La gente vive bien“.
La vergüenza de pedir ayuda
Uno de mis gerentes estaba al borde del colapso emocional. Tenía ansiedad, insomnio, presión por mostrarme resultados. Pensó en buscar terapia, pero siente que sería admitir que no puede solo. “Si pido ayuda, van a pensar que no soy fuerte para este rol”. Entonces sigue, aguanta y calla. Y yo (tonto) lo valoraba por resolutivo.
El miedo a “bajar de clase”
Conocí personas que crecieron en la clase media y lograron ascender profesionalmente. Hoy trabajan en un entorno más exclusivo, con otros códigos. Pienso e imagino que temen “volver atrás”. Incluso amigos de infancia ya no son sus amigos, porque siente que ya no “encajan”. Tienen miedo de perder ese nuevo estatus. No por lujo, sino por miedo a no valer lo mismo si lo pierde.
El orgullo de “haberlo logrado solo”
Un emprendedor cuenta su historia en una charla TED: “Yo empecé sin nada, y miren dónde estoy hoy”. El público aplaude. Nadie pregunta cuántos vínculos, saberes implícitos, oportunidades relacionales y simbólicas hubo en ese recorrido. Él mismo ya no los ve: el relato del mérito individual le da sentido y pertenencia. Avanza seguro de sí mismo.
El rechazo emocional hacia quien no se adapta al sistema
Imaginen en reunión con el jefe, alguien nuevo propone reducir la jornada laboral para cuidar la salud mental y así probar reducir las fallas. Inmediatamente le responden con ironía: “¿Y quién va a hacer tu trabajo mientras vos meditás?” y se larga una risa. La incomodidad está en el ambiente. El que propuso algo distinto queda marcado: no juega el juego, no entiende cómo son las cosas.
La meritocracia como consuelo afectivo
Yo recorría nuestra fábrica, una imprenta. Veía a una trabajadora joven, esforzándose y decía dentro mío que ella sí que se lo gana y va llegar lejos.” Lo decía con admiración, pero también como un refugio emocional. Si hay uno que “merece”, entonces el sistema todavía es justo. No me daba cuenta que que la mayoría no tenía la misma chance, pero la excepción me tranquilizaba.